Exposición realizada en el Primer Encuentro de "Literatura y Género", Universidad de Tarapacá, 1999

I. Introducción
En abril de 1997, con ocasión del Tercer Encuentro de Universidades y Gobiernos Regionales, convocado por la Subsecretaría de Desarrollo Regional del Ministerio del Interior, planteábamos que "es preciso hacer las distancias necesarias entre los conceptos de identidad y de idiosincrasia que, de manera equivocada y reiterada, se utilizan como sinónimos para referirse a las características culturales del país. Así, se habla de una supuesta idiosincrasia del pueblo chileno, como condición inamovible e históricamente mantenida desde las etnias primitivas"(1)...


Habiéndonos aproximado, en esa oportunidad, a algunas definiciones en torno a los conceptos enunciados, nos permitimos, ahora, invitar a ustedes a hacer un ejercicio de vocabulario y acercamiento, y tratar de profundizar estas definiciones en el sentido que las plantea la "norma" de la Real Academia Española y en las concepciones que les entrega el "uso" permanente.

II. Identidad
El Diccionario de la Lengua Española, de la RAE, en su vigésima edición, nos plantea que el término identidad proviene del latín identitas, de idem, lo mismo o el mismo, y que en su acepción matemática significa “igualdad que se verifica siempre, sea cualquiera el valor de las variables que su expresión contiene”.

Por otro lado, la Gran Enciclopedia Larousse, en su edición española de 1988, explicita que, en términos filosóficos, “identidad” es la “característica de dos o más objetos de pensamiento que, aunque distintos por el modo de designación, por una determinación espacio temporal cualquiera, presentan exactamente las mismas propiedades”. Y respecto al significado sociológico que es la “conciencia que tiene un individuo de su pertenencia a uno o varios grupos sociales o a un territorio (país, ciudad, región, calle, etc.) y la significación emocional y valorativa que resulta de ello”.

En otra perspectiva, el Diccionario de Etnología y Antropología acerca, para su mejor comprensión, el significado de identidad al de etnia y, principalmente, al de etnociencia, donde Harold Conklin, investigador norteamericano, define “esta vía propia de la etnociencia como el camino del cual se puede partir de las categorías semánticas indígenas para estudiar el conocimiento que una sociedad tiene de su entorno”.(2)

En el significado que transcribimos de la RAE, estamos enfrentados –por norma y por uso- a un lenguaje que determina características idénticas (que en substancia es lo mismo que otra cosa con que se compara) a un objeto o individuo frente a otros, constituyendo un conjunto homogéneo, posible de constituir un todo común, presentando una “igualdad que se verifica siempre”.

La Gran Enciclopedia Larousse citada “en su primer significado nos habla de las individualidades, de las particularidades de sujetos determinados que, condicionados por tiempo y espacio, comparten historia, comparten presente y comparten objetivos comunes, y en el segundo, nos determina la subjetividad (la conciencia individual) subordinada al grado de conciencia colectiva, por pertenencia, por identificación voluntaria del asumir el grupo social en el que se desarrolla. Es decir, una presencia que trasciende lo particular para transformarse, en un dinamismo dialéctico, en presencia constante de característica grupal y/o social”. (5)

Y aquella “vía propia” de las categorías semánticas indígenas para estudiar el conocimiento de una sociedad, del Diccionario de Etnología y Antropología, trasciende, desde la perspectiva lingüística, la importancia fundamental que adquieren para la conformación de comunidad y/o sociedad los legados ancestrales y, por ende, culturales, en lo que se refiere a los traspasos generacionales de conocimientos y a la asimilación de hábitos, códigos, costumbres y comportamientos en relación a su capacidad de asimilar y transformar en beneficio propio las realidades que el medioambiente le plantea.

La identidad, entonces, se nos presenta como un resumen vivencial, profundamente empírico, producto de los sistemas de enseñanza-aprendizaje repetidos, profundizados y renovados en cada generación.

La dualidad dimensional témporo-espacial, la presencia del tiempo y el espacio como condicionante principal de la constitución de identidad, viene a fortalecer los conceptos dialécticos de evolución enriquecedora y permanente.

La identidad, al ser considerada “conciencia individual” subordinada al grado de “conciencia colectiva”, por pertenencia y por identificación voluntaria, se constituye por una serie de aportes subjetivos, condicionados por la retroalimentación de la herencia cultural. Por lo tanto, es posible, válido, correspondiente y pertinente, asimilar el concepto de “identidad” al de “cultura”.

Edward Burnett Tylor, uno de los fundadores de la antropológía, frente a los conceptos de “cultura general” o “culturas colectivamente pensadas y vividas”, plantea, respecto a la primera, que es un “conjunto complejo que abarca los saberes, las creencias, el arte, las costumbres, el derecho, así como toda disposición o uso adquirido por el hombre viviendo en sociedad”.(4)

Sin considerarse, en absoluto, conceptos contrapuestos, la aceptación de la definición “culturas colectivamente pensadas y vividas” nos dice que “la” cultura se inscribe como una sumatoria de culturas. Para respaldar esta afirmación, nos permitimos citar a Lévi-Strauss, cuando dice que “llamamos cultura a todo conjunto etnográfico que, desde el punto de vista de la investigación, presenta, respecto a otras, diferencias significativas”, y, luego, que “el término cultura es empleado para agrupar un conjunto de diferencias significativas cuyos límites coinciden aproximadamente”.(5)

Por lo tanto, si la identidad se construye desde la cultura y la cultura se forma y se transforma, dialécticamente, desde las propias individualidades humanas –formadas y transformadas, a su vez, por la misma cultura-, tenemos que llegar a la conclusión que la identidad es permanente, es trascendente, pertenece al sistema de los desarrollos sostenidos y compartidos, y al de las costumbres que tienden a hacer prevalecer ciertos comportamientos, legitimados por un pasado normalmente “inmemorial”, que sin embargo no adquieren nunca un carácter obligatorio”.

Cada individuo aporta con su “presencia” que es un modo del “estar” y del “ser”, sus grados de imitación y de creación de su propia identidad, sus grados de “mimiesis” y de “poiésis” aristotélicos. Manteniendo, claro está, la distancia necesaria “para ser tal y no fusión en lo otro”. La “presencia” genera “cercanía”, “inmediatez”, que “procura la estima, el amor (lográndose así) la comunicación auténtica, que engendra la comunidad que se nutre del ‘común, que es la relación participativa de los diversos individuos”.(6)

III. Idiosincrasia

Después de haber revisado lo que dice la norma de la RAE y que, en este caso, coincide con la generalización del uso del concepto de "identidad", nos parece que, para el buen desarrollo del tema y de las conclusiones que podamos encontrar, debemos enfrentar un ejercicio parecido con el cencepto "idiosincrasia".

La ya citada Enciclopedia Larousse, “para explicitar el concepto de ‘idiosincrasia’ (del griego idios, propio, y synkrasis, temperamento) nos dice que es el ‘temperamento o manera de ser que caracteriza a un individuo o a una colectividad’, y nos afirma que es el ‘conjunto de características propias de un individuo y que condicionan su reactibilidad, tanto física como síquica, en condiciones normales y patológicas’”.(7)

La RAE plantea que es la “índole del temperamento y carácter de cada individuo, por la cual se distingue de los demás”. Y para definir aún más el concepto, explica que “carácter” –en su acepción Nº 9- es la “índole, condición, conjunto de rasgos o circunstancias con que se da a conocer una cosa, distinguiéndose de las demás”. Además, –en su acepción Nº 10- que es el “modo de ser peculiar y privativo de cada persona por sus cualidades morales”. Y en su significado Nº 14, nos dice que es la “condición de las personas por sus relaciones naturales, dignidades o estados. El carácter de padre, de juez, de militar”.

Estamos hablando, en el primer caso, de temperamento, de situaciones que relativizan acciones. Es decir, de situaciones absolutamente circunstanciales, determinadas por condiciones –objetivas y/o subjetivas- claramente coyunturales que definirán la reacción frente a la acción, no necesariamente asumidas y asimiladas en el grado de “conciencia individual” y, por lo tanto, no traspasable a los grados de “conciencia colectiva”.

En la segunda definición –en la de la RAE-, además de representar el temperamento, nos plantea un nuevo concepto: el del “carácter” del individuo que, de acuerdo a las acepciones enunciadas, redunda en los aspectos condicionantes, circunstanciales que priorizan la individualidad, la privatividad por sobre la colectividad o comunidad, y que es una condición que se puede adquirir particularmente sin afectar al grupo: la condición de padre, por ejemplo. En el caso de la definición de “cualidades morales”, recordaremos que el mismo diccionario define el término “moral” como “perteneciente o relativo a las acciones o caracteres de las personas desde el punto de la bondad y la malicia”, y “moralidad” como “cualidad de las acciones humanas que las hace buenas”.

Aquí, en las “cualidades morales” nos encontramos frente a una subjetividad absoluta, que depende de un individuo o de un grupo de individuos, insertos en una comunidad que, con una escala valórica propia, asume formas de pensamiento o –raramente- de vida, sin representar a la totalidad. Los conceptos del “bien” y del “mal”, de la “bondad” o la “malicia”, difieren profundamente de una cultura a otra, dependiendo de las cosmovisiones particulares y de los panteones religiosos que cada sociedad construye.

Por lo tanto, la idiosincrasia –en contrario a la identidad- puede ser variable y totalmente diferente en el transcurso del tiempo, dependiendo de condiciones objetivas que afectan al individuo y al grupo de individuos. Es temporal, coyuntural, no trascendente y, muchas veces, sujeta a modas.

Como apuntábamos en el citado Tercer Encuentro de Universidades y Gobiernos Regionales: “La idiosincrasia del pueblo de Chile (si se pudiera hablar de solamente un pueblo), que exhibía en 1810, con las luchas de la Independencia, no es la misma que sustenta hoy a las puertas del siglo XXI. Su ‘reactibilidad’ temperamental obedece a otros factores.

“La identidad, al alcanzar el grado de conciencia valórica y, por lo tanto, cultural, tiene una trascendencia mayor que rebalsa las condicionantes coyunturales. No significando, por ello, que no la afecten. Por el contrario, las asume como aportes a su constitución, asimilándolas y adaptándolas como elementos enriquecedores de su permanente evolución, sin transformarse totalmente”.

IV. Género

Aprovechando las definiciones de identidad e idiosincrasia, quiero invitarles a iniciar una "aventura intelectual" para acercarnos al "delicado" tema del "género", desde la perspectiva de lo trascendente y permanente y de lo temporal y coyuntural, y plantear, al final de la exposición, algunas interrogantes que nos permitan la discusión y el análisis de tan importante tema para el desarrolo de nuestras comunidades y/o sociedades.

A este respecto, creemos importante citar textualmente parte del título “Las representaciones del sexo y del género”, del Diccionario de Etnología y Antropología: “Mientras que nuestras sociedades modernas perciben la dicotomía de los sexos como algo dado, basado en la Naturaleza o en la religión (‘Dios los creó hombre y mujer’, Génesis I, 27-28), otros mitos de creación ven en ello un avatar de la humanidad”.

En la mayoría de las sociedades modernas se le asignan a los dos sexos funciones diferentes, fundamentalmente en la reproducción y el trabajo, apareciendo otros aspectos de la diferenciación como el vestuario, la forma de hablar, el acceso a la vida política, como signos o consecuencias de estas funciones entregadas por jerarquización masculina.

“Estadísticamente, las modalidades concretas de la división sociosexual del trabajo toman la forma de una jerarquización. De valor: las tareas y papeles ‘masculinos’ son más valorados; y de hecho: además de su pesado trabajo reproductivo y de la práctica totalidad del trabajo ‘doméstico’, las mujeres tienen asegurada una gran parte de la producción en todos los tipos de sociedades... En la actualidad, según la ONU, ellas proporcionan las dos terceras partes de las horas de trabajo de la humanidad, reciben un sexto de la renta mundial y poseen menos de una centésima parte de los bienes materiales, disparidad ilustrada entre otras cosas por la diferencia entre salarios masculinos y femeninos en los países industrializados, y acentuada en el Tercer Mundo por las políticas de ‘desarrollo’”.(8)

Si tomamos como ejemplo la estructura cosmogónica de los aymara, encontramos que el sistema básico de adoraciones está constituido por los “uywiris”, término que deriva del verbo “uywar” que significa proteger, dar crianza. En efecto, son cuatro las divinidades que ocupan en su totalidad el panteón religioso de los andinos aymara (usamos el concepto de “religión” en el significado literal que nos habla de “re-ligar”, de re-unir”): los k’ollo, los juturi, los pukara y los serenos, que dan crianza y protección a la buena suerte, salud y dinero; a la multiplicación del ganado; a la agricultura; y a la música y danza, respectivamente.

Con ocasión de las invocaciones y de las celebraciones correspondientes, los aymara representan, una vez más, la simetría perfecta, la dualidad permanente, la complementariedad que le da sentido a sus vidas y que reflejan tanto en las decoraciones de sus ceramios y textiles, como en sus ceremonias ancestrales que tienen que ver con su identidad. A través de sus profundos rituales, llaman a sus “uywiris” como “mallku” y como “t’alla”, como masculino y femenino en igualdad de condiciones, sin diferenciaciones y sin jerarquización.

Se podrá argumentar, en contrario, que los aymara contemporáneos han asumido el dogma occidental-cristiano, producto de la dominación intelectual y material de siglos, produciéndose una suerte de sincretismo, de fusión de culturas. En el sincretismo, para que realmente exista, deben concurrir dos o más culturas, dos o más identidades que, por confrontación, dominación y/o avasallamiento se eliminen y den paso a una totalmente nueva. Definitivamente, no es el caso de los aymara. En el estudio profundo de sus costumbres, de sus hábitos, de sus cosmogonías, aparece una aceptación racional de cánones occidentales, pero sin abandonar sus propias prácticas, heredadas orgullosamente como identidad propia. Es por eso que algunos antropólogos y etnólogos se inclinan por plantear que, en este caso, existe una situación de yuxtaposición, es decir presencias que, de acuerdo a las necesidades individuales y comunitarias, aparecen y desaparecen, sin dejar de existir en el conciente singular y colectivo.

Definíamos en párrafos anteriores que, muchas veces, lo idiosincrásico estaba sujeto a modas y, podemos agregar –a la luz de este ejemplo-, que también a tendencias que prevalecen en los aparatos dominadores.

Con ocasión de la llegada de los europeos, de la conquista y de la ocupación permanente del territorio americano –con identidades propias y rotundamente diferentes a las del “viejo” continente-, obviamente se traspasaron y se trataron de imponer concepciones espirituales, definiciones de propiedad, estructuras sociales y políticas que hablaban de un incipiente capitalismo, donde la mano de obra masculina era primordial para la generación de los bienes de producción.

Ya a fines del año 1500, gruesas obras literarias, con pretensiones de crónica, empiezan a hablar del salvajismo y la barbarie de los indígenas americanos. “Más allá de su veracidad histórica, el canibalismo es un símbolo, una prueba. Muestra la legitimidad de la conquista, que termina con los horrores y el furor de la barbarie, y afirma la superioridad de Europa. La visión etnocéntrica transformaba los hechos en valoraciones; cargaba de criterios morales las costumbres, la indumentaria, la religión”.(9)

Pero, más aún, no contento el dominador con la minimización de lo “americano”, las emprende contra las mujeres indígenas, entregándoles mayor ferocidad y regocijo en la supuesta antropofagia, como forma normal de viviencia, definiéndolas en dos grupos, de acuerdo a la posición de sus senos desnudos: entre las que chupan y las que muerden, según sus pechos túrgidos o colgantes, respectivamente.

Un ilustrador alemán, Eckhout, expedicionario en América, se vale de la mujer indígena –una vez más- “para mostrar el canibalismo de la tribu. De un cesto sobre su cabeza emerge un pie, mientras en la mano agarra un puño cercenado”.(10)

Para finalizar las “graciosas” y “objetivas apreciaciones” de los cronistas, citaremos a otro alemán, a Zacarías Wagener, cuando se refiere a los indígenas que logra conocer. Dice Wagener: “Estos hijos de puta nacen a menudo del inconveniente tráfico entre las mujeres brasileñas y los portugueses y holandeses... (las mujeres) cuelgan de su cuello, orejas y manos, todo tipo de piedras de colores de poca calidad y corales, ya que alguna de ellas por su bella complexión son preferidas a las doncellas españolas. Los hombres se sienten inclinados a practicar todo tipo de comercios honrados...”; mientras Gilberto Freyre, en su obra Casa Grande e Senzala, inmortalizó la frase que reza: “La mujer blanca para el matrimonio, la negra para la cocina y la mulata para la cama”.(11)

Una publicación del Ministerio de Asuntos Sociales de España, editada y actualizada por el Instituto de la Mujer de Chile, “Mujeres Latinoamericanas en Cifras”, plantea que “la universalidad de la discriminación que sufren las mujeres no oculta las modalidades específicas que asume en cada sociedad, de acuerdo a su historia y su cultura. En América Latina, su particularidad tiene raíces profundas y se relaciona con la propia conformación de la región a través de los procesos de conquista, mestizaje, colonización y posterior independencia de los Estados nacionales. La construcción social del ser femenino y del ser masculino y el código de relaciones entre ellos, se arraiga en una combinación de razas... que marca los espacios simbólicos y las identidades atribuidas a cada género”.

A la luz de estas apreciaciones, concluimos, en primer lugar, que la discusión respecto al “género” (en inglés gender), o del sexo-social, en su verdadera acepción, no es un problema que deban enfrentar exclusivamente las mujeres, sino que es una situación que involucra a ambos sexos, a lo femenino y a lo masculino.. En segundo lugar, que la jerarquización masculina por sobre lo femenino, no es inherente a la condición humana, toda vez que corresponde a conceptos de bienes de producción y de propiedad. Tercero, que estos conceptos se vinculan directamente a los sistemas de enseñanza-aprendizaje, a través de los cuales las sociedades privilegian la “mimiesis”, la imitación, transformándose en conservadoras y protectoras de su estado de superviviencia. Cuarto, que en la medida de la búsqueda de los equilibrios pertinentes y necesarios para su mantención, las estructuras sociales son capaces de profundizar los procesos de “poiésis”, de creación de nuevas formas de relaciones que le permitan avanzar en los desarrollos correspondientes. Y, en quinto lugar, que, si aceptamos lo anteriormente formulado, tendremos que definir que, en algunas sociedades, la diferenciación de roles entre mujeres y hombres, corresponden a procesos vinculados con la idiosincrasia y no con la identidad, lo que le entrega características no trascendentes y susceptibles de ser superadas.

Entonces, en el marco de estos alcances y de estos apuntes y aproximaciones, nos aparecen tres preguntas que deben ser analizadas, discutidas y profundizadas sus respuestas en la perspectiva de la más amplia participación en los procesos de desarrollo de nuestros pueblos:

¿Es la diferenciación de roles –femenino y masculino- un problema de identidad o es un problema de idiosincrasia?

¿Es una condición ineludible de la cultura la minimización y la invisibilidad de la mujer?

Y, por último, si la comunidad, si la sociedad está formada por ambos géneros e, indistintamente, millones de hombres y de mujeres sufren la pobreza, la injusticia y la inequidad social, económica y cultural, el problema de la diferenciación de roles ¿es un producto del “machismo” o una consecuencia de sistemas de dominación política y económica?

(1) Actas del Tercer Encuentro de Universidades y Gobiernos Regionales: "Algunos alcances a propósito de la política cultural que necesitamos". F. Patricio Barrios Alday.
(2) Diccionario "Akal" de Etnología y Antropología.
(3) Actas del Tercer Encuentro. Artículo citado.
(4) Diccionario "Akal" de Etnología y Antropología.
(5) Diccionario "Akal" de Etnología y Antropología.
(6) Octavio Paz: Poética e Identidad. Fidel Sepúlveda y Luis Cereceu. Estética e Identidad.
(7) Actas del Tercer Encuentro. Artículo citado.
(8) Mujeres Latinoamericanas en cifras. Instituto de la Mujer de Chile.
(9, 10, 11) "América Imaginaria".



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